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Requiem for a Dream (2000)
Imponer por encima de sugerir: el grave error de Aronofsky.
Recuerdo que cuando era pequeño una vez vi un comercial en el que una chica ponía un huevo blanco en medio de una mesa y decía: "este es tu cerebro"; más tarde agarraba un martillo, con él aplastaba el huevo y gritaba: "¡Este es tu cerebro en drogas!", y al final procedía a desplumar a una gallina de peluche vociferando: "¡Y ESTO ES LO QUE LE HACES A TU FAMILIA CUANDO CONSUMES DROGAS, Y LO QUE LE HACES A TU FUTURO!". Desde entonces entendí que la hipérbole no era una buena herramienta al momento de trasmitir mensajes, en especial cuando están estos mensajes involucrados con problemáticas contemporáneas tan serias y complicadas.
Hace poco vi algo parecido a este comercial de mi niñez, sólo que duraba dos horas y media. Y se llamaba Requiem for a Dream. Darren Aronofsky es un director fiel a su técnica, una técnica en la que deposita todo tipo de trucos y herramientas a su mano (dignas de una película de terror) con el objetivo y la clara intención de ocasionar un efecto: batir al espectador en un coctel de sensaciones, dejándolo así en una especie de "shock anímico". No obstante, su obsesión por esto lo lleva a un punto en el que lo grotesco, lo gratuito, lo irrisible y lo burdo se convierten en los protagonistas.
Aronofsky (en este filme) no tiene un mensaje qué trasmitir, qué comunicar. Da la sensación de que simplemente desea adaptar un libro sólo para presumir su sórdida técnica narrativa y cinematográfica, lo encuentra, pero "oh sorpresa", descubre que el libro contiene un mensaje anti-drogas. Y pues lo deja, ya que piensa que esto debería de hacerle más profundo al conjunto, y por lo tanto, más "artístico". Y tampoco le pesa tener que hacer una mezcla de géneros, herramientas, y pequeñas técnicas distintas entre sí con tal de lograr su tan venerado efecto. De esta manera, Aronofsky puede pasar de estar contándonos las peripecias de una adicta a las drogas para adelgazar desde un enfoque sobrio y realista, para más tarde pasar una especie de surrealismo en el que la misma mujer se encuentra a sí misma siendo aterrorizada por un refrigerador parlante. A lo mejor Aronofsky pensaba mientras hacía este filme que una película consistía en una sucesión de escenas impactantes, sobre escenas electrizantes, sobre escenas desconcertantes -así como a una hamburguesa a la que le pones un mar de condimentos con tal de hacerla explosivamente sabrosa-; y que los espectadores saldrían del cine con el cerebro tan sobre-estimulado que apenas y se darían cuenta de que caminan.
Por otro lado, mientras Requiem for a Dream se vende a sí misma como una importante película acerca de importantes problemas sociales, ni siquiera se molesta en mostrar por qué la VERDADERA GENTE toma drogas. Y eso se debe a que sus personajes no son gente. Sus personajes son caricaturas que sufren sin que ello se refleje en sus personalidades, y Aronofsky se esmera desmedidamente en sólo bombardearte con explicaciones visuales de qué quieren y sienten.
Y cuando realmente descubres que uno de los personajes (el interpretado magistralmente por Ellen Burstyn) viene a suplir gran parte de todo esto que ha brillado por su ausencia, Aronofsky va y lo desmorona en la parte final, con aquella patética escena en la que su personaje es llevado a un "hospital psiquiátrico" (aunque resulte ser cualquier otro lugar sacado de una ridícula película de terror, menos un psiquiátrico), y Aronofsky intente así vendernos que en esos "malvados", "negligentes" y "despiadados" lugares aún se siguen practicando terapias de electro-choques. Por favor.
La música es magistral, el trabajo de Clint Mansell es de antología. Pero Aronofsky confía demasiado en el poder con el que puede dotar a las escenas trágicas usando el track principal ("Lux AEterna"), tanto, que termina utilizándolo en la mayoría de escenas de fuerza (sin contar los créditos). Esto relega a los demás tracks (que son de igual manera impresionantes) a escenas menos importantes en donde pasan casi desapercibidos.
No se la recomiendo a gente muy sensible, porque la intención final de su director resultó en una convulsiva y deprimente mezcla que en momentos pretende ser un drama, en otros una película de terror, y en otros una comedia. Pero que en general no es ninguno de los tres géneros anteriormente mencionados. Véanla si les gusta (o no les molesta) el equivalente cinematográfico de que alguien los sacuda y los aturda hasta que sientan nauseas.
Lost in Translation (2003)
Nada
Exacto: nada. En esta película no sucede nada. Coppola ya nos lo había hecho una vez, y confié en que siendo la hija de quien es, era difícil que tropezara dos veces con la misma piedra. Pero para nada. Es SU cine y le vale un sorbete si la gente está perfectamente bien con ello o por lo contrario lo odian hasta el punto de quererlo borrar de la fas de la tierra. No ve su cine -nisiquiera pretende hacer creer que lo ve- desde la perspectiva de un gran número de estratos socio-culturales de público para transformarla así en una película redonda, no; Sofía hace su cine para sí misma, y si a ti como espectador te gusta su trabajo, pues ella estará más que contenta, pero si no, a ella NO LE IMPORTA. Y ese, desde mi punto de vista, es el gran, gran error de Sofía.
La vi con las increíbles esperanzas que un Oscar en la categoría de mejor guión original son capaces de brindar. El metraje comenzó y poco a poco me fui metiendo por (el que creí que era) un hermoso viaje visual por los rincones de la capital de un país tan peculiar como japón. Sin embargo, conforme pasa el tiempo el cerebro va exigiendo algo de trama para hacer llevadero lo que estás viendo, cosa en la que Lost in Translation cae en picada hasta estrellarse y morir estrepitosamente.
El ritmo pausado que tanta gente defiende de este film me pareció intolerable y soporífero. Vemos escenas en las que Scarlet observa todo a su alrededor, sin emitir comentario alguno, simplemente paseando sus ojos por aquel retrato del japón más cliché que mis ojos jamás vieron antes. Entonces, aquello se extiendo diez, quince, veinte segundos. Y cuando Coppola cambia de escena, queda la terrible sensación de: "¿20 segundos desperdiciados en... nada?". Como sea. Más tarde vienen momentos en los que la vemos compartir escena con Bill Murray. Escenas en las que muestran algunos detalles de los personajes. Él es un actor muy famoso y está en Japón aburriéndose como una ostra, harto de una vida que parece no ofrecerle nada nuevo. Y Scarlet está en Japón, inmiscuida en un matrimonio que no la llena ni un poquito de lo que creía. Ok, eso suena interesante. Pero son sólo 15 minutos de interés, nada más. Y es a la vez muy molesto, porque casi siempre se hablan en murmullos y es difícil capturar y mantener una atención real en el postrado espectador que ha esperado tanto tiempo por algo de diálogo, por algo de trama.
Y cuando casi al final Lost in Translation se destapa como una película de romance entre estas dos persona, a mí ya no me importaba realmente. Y cuando quería fingir que me seguía importando, los soporíferos diálogos de estos personajes rígidos y fríos que lo más cercano a emoción real que muestran es una tímida sonrisa, me vuelven a sorprender con sus murmullos y su increíble capacidad somnífera.
En conclusión. Lost in Translation es originalmente el guión de una mujer que cree que dejar deducir al espectador una trama casi inexistente es bueno. Muy bueno.